Refiere San Pedro Damián que cierto inglés, para lograr los medios encaminados a satisfacer su vergonzosa pasión, se entregó al demonio, con la condición de que tres días antes de morir se lo advertiría, contando que así le iba a quedar tiempo para convertirse.
¡Ay! ¡Cuán ciego es el hombre una vez engolfado en la culpa! Así pues, cuando se hubo arrastrado, revolcado y sumido en el cenagal de sus impurezas, llegó la hora de su partida de este mundo. El demonio, con ser tan mentiroso, cumplió su palabra. Más el inglés quedó muy engañado en su cuenta, pues sucedió que, con suma admiración y espanto de cuantos lo presenciaron, apenas se le hablaba de su salvación, quedaba como dormido, y no daba respuesta alguna; más, si se hablaba de negocios temporales, daba muestras de un pleno conocimiento; de manera que murió en medio de sus impurezas, tal como había vivido.
(Tomado de los sermones del Cura de Ars “Pensamiento de la muerte”)