Alguien dirá: "ser alegre en medio de los sufrimientos es imposible". Sólo el cristiano está llamado a vivir la así denominada "alegría de la Cruz". Los mártires muchas veces iban al suplicio cantando con alegría ya que sabían que irían al cielo gracias a su sangre derramada por Cristo (por ejemplo: los mártires de Barbastro).
Santo Tomás Moro cuando lo estaban decapitando le pidió a su verdugo que tuviera piedad de “su barba” porque “ella no tenía la culpa de sus supuestos crímenes”, y luego de bromear de esta manera le pagó a su asesino dos monedas de oro diciéndole. “este es tu sueldo para llevarme al paraíso”. Gran ejemplo el de estos santos. Los estaban matando, torturando, escupiendo, golpeando, y aún así NO PERDÍAN EL SENTIDO DEL HUMOR. Ellos sí que tenían claro lo que el mismo Señor decía en las Sagradas Escrituras: "Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí" (Mt 5, 11) "Regocijaos y alegraos , porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros" (Mt 5, 12).
Es obvio que la alegría de la Cruz es una gracia que debemos pedir, ya que no la podemos obtener por nuestras fuerzas. Es una gracia que debemos implorar recordando que nuestras cruces nos ayudarán a ganar la vida eterna a nosotros ya nuestros seres queridos (cuando un pariente está alejado de Dios, es bueno ofrecer nuestro sufrimiento por su conversión. Dios escucha con mayor atención toda oración que proviene del sufrimiento, ya que la persona que sufre participa aún más de la Pasión de su Divino Hijo).
Por lo tanto, un cristiano está llamado a ser siempre alegre, aún en medio de las cruces y sufrimientos. Y hablo de la alegría que brota de la gracia de Dios, no aquella que es fruto de la estupidez humana (la una y la otra difieren muchísimo y en varios aspectos).
Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de vivir siempre alegres y contentos en el Señor, que en definitiva es vivir siempre en su gracia y amistad.
P. Agustín A. Beroch