Introducción
El alma humana, creada para amar y alabar a su Creador, a menudo se encuentra perdida en las distracciones y pasiones del mundo. Sin embargo, hay momentos de gracia en los que el alma despierta a la realidad de su separación de Dios y, con un profundo lamento, se vuelve hacia Él en busca de redención. San Agustín, en sus “Confesiones,” expresa de manera sublime este lamento por los años perdidos lejos de Dios, una temática que resuena en las vidas y escritos de muchos otros santos y místicos.
El Lamento de San Agustín
San Agustín, con una elocuencia inigualable, capta la esencia de este dolor en su famosa frase:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti y siento hambre y sed de ti; me tocaste y me abrasé en tu paz.”
Este pasaje encapsula el despertar espiritual de Agustín y su dolor por haber ignorado la presencia de Dios durante tantos años.
Otros Santos en la Misma Senda
San Bernardo de Claraval también expresó de manera conmovedora el arrepentimiento por el tiempo perdido y la necesidad de dedicarse completamente a Dios:
“He descuidado al Señor, y Él me ha esperado con paciencia. ¿Cómo podré no amar a Aquel que me amó primero y tanto esperó por mi amor?”
“Más vale tarde que nunca, pero ¡ay!, cuánto mejor hubiera sido si desde el principio de mi vida hubiera servido al Señor de todo corazón.”
Santa Teresa de Ávila en “El Castillo Interior” también expresa un profundo arrepentimiento y deseo de unión con Dios:
“Dios mío, cuán miserables somos los mortales, que aún en cosa tan grande y de tan inmenso provecho para nuestra alma, buscamos nuestro consuelo y contento, y no el de vuestro Hijo.”
San Ignacio de Loyola, en sus “Ejercicios Espirituales,” exhorta a los fieles a revisar sus vidas y a lamentar el tiempo perdido lejos de Dios:
“El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma.”
Santa Catalina de Siena, en “El Diálogo,” manifiesta su lamento por no haber dedicado su vida completamente a Dios desde el principio:
“Oh eterna Trinidad, oh Divinidad, oh mar profundo, ¿qué más podías darme que darte a ti mismo?”
San Alfonso María de Ligorio, en “Las Glorias de María,” expresa su dolor por el tiempo perdido en el pecado y su deseo de consagrarse totalmente a Dios y a la Virgen María:
“¡Cuánto tiempo he perdido, Dios mío, sirviendo a mis pasiones y despreciándote a ti!”
Santa Clara de Asís subraya el valor de la conversión y la renuncia al mundo en favor de una vida dedicada a Dios:
“¡Qué grande y admirable intercambio! Dejar las cosas del mundo por las del cielo, lo temporal por lo eterno, lo humano por lo divino.”
San Francisco de Sales ofrece reflexiones sobre la conversión y la necesidad de vivir para Dios:
“La verdadera conversión consiste en un cambio total de corazón, una renuncia a los placeres mundanos y un compromiso firme con la voluntad de Dios.”
San Juan de la Cruz, en “Subida al Monte Carmelo,” nos recuerda la necesidad de desprendernos de todo lo mundano para alcanzar la unión con Dios:
“Para llegar a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para llegar a serlo todo, no quieras ser algo en nada.”
La Necesidad de Conversión
santos y místicos nos enseñan que el lamento por el tiempo perdido es una poderosa motivación para la conversión. Reconocer nuestra separación de Dios y lamentar los años desperdiciados en cosas mundanas nos lleva a una transformación profunda. Este arrepentimiento sincero no solo nos permite comprender la magnitud de nuestra deuda con Dios, sino que también nos impulsa a vivir de manera más plena y dedicada a su servicio.
El amor de Dios, aunque descubierto tarde, es una llamada a un compromiso renovado y ferviente. Como dice San Agustín, una vez que Dios toca nuestras vidas, sentimos hambre y sed de Él, un deseo insaciable de estar en su presencia y vivir según su voluntad.
OMO