“Rehacer tu vida” suena casi como una noble tarea, como si abandonar un matrimonio fuera una especie de proyecto de mejora personal. ¡Qué útil resulta el eufemismo! Ya no se habla de romper promesas ni de traicionar un sacramento sagrado; en su lugar, se presenta el adulterio como una oportunidad de “redescubrirse”. Pero la realidad, aunque la disfracemos, sigue siendo la misma: el acto de rehacer la vida es, en el fondo, deshacer la vida que se juró compartir en fidelidad.
Nos encontramos en una era en la que las palabras tienen el poder de transformar la percepción de las cosas, pero no su esencia. “Rehacer tu vida” no es más que una fórmula moderna para decir que se ha roto el vínculo matrimonial y se ha abrazado el adulterio, pero con un giro de marketing. Es como si al cambiar las palabras, también se cambiara el significado del acto. Pero por más que se suavice, el adulterio sigue siendo lo que es: un pecado grave.
Lo más irónico de todo esto es que se pretende que este proceso de “rehacer” se vea como un acto heroico. El adúltero se presenta como alguien que ha superado un obstáculo, cuando en realidad ha evadido el compromiso más fundamental. No es valentía lo que se necesita para “rehacer” la vida; es precisamente la falta de valor para mantenerse fiel a lo que se prometió. Al final, la frase es una excusa vestida de autocompasión.
Así que, volvamos al punto inicial: “rehacer tu vida” no es más que una forma astuta de renombrar el adulterio, una manera de maquillar la traición y presentarla como un nuevo comienzo. Pero la verdad no cambia, no importa cuántas veces intentemos disfrazarla. Al final, rehacer la vida cuando ya se ha dado la palabra en un sacramento no es otra cosa que deshacer lo que Dios ha unido, y llamarlo por otro nombre no lo convierte en algo virtuoso.
OMO
Ver tambiénhttps://www.catolicidad.com/2009/06/rehacer-tu-vida.html?m=1