ATENTO AVISO A NUESTROS LECTORES
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CATOLICIDAD
LOS FRUTOS DE LA PASIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR
Los frutos de la Pasión de Nuestro Señor explicados por Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica y resumidos por el R. P. Antonio Royo Marín en su libro Jesucristo y la vida cristiana, Madrid, BAC , 1961, páginas 335- 340, no 307- 313.
-Liberación del pecado,
-Del poder del diablo,
-De la pena del pecado,
-Reconciliación con Dios,
-Apertura de las puertas del cielo,
-Exaltación del propio Cristo.
I) Liberación del pecado
Leemos en el Apocalipsis de San Juan (1,5): “Nos amó y nos limpió de los pecados con su sangre”. “En quien tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados” (Eph I,7). Dice Cristo por San Juan, “quien comete el pecado es esclavo del pecado” (Io. 8,34). Y San Pedro dice: “cada uno es siervo de aquel que le venció” (2 Petr 2, I9). Pues como el diablo venció al hombre induciéndole a pecar, quedó el hombre sometido a la servidumbre del diablo.
Como explica Santo Tomás (III 49,1), la pasión de Cristo es la causa propia de la remisión de los pecados por tres capítulos:
a) Porque excita en nosotros la caridad para con Dios al contemplar el amor inmenso con que Cristo nos amó, pues quiso morir por nosotros precisamente cuando éramos aún enemigos suyos (Rom 5, 8-10).
Pero la caridad nos obtiene el perdón de los pecados, según leemos en San Lucas (7,47): “Le son perdonados sus muchos pecados porque amó mucho”.
b) Por vía de redención. Siendo Él nuestra cabeza, con la pasión sufrida por la caridad y obediencia nos libró, como miembros suyos, de los pecados pagando el precio de nuestro rescate; como si un hombre mediante una obra meritoria realizada con las manos, se redimiese de un pecado que había cometido con los pies.
Porque así como el cuerpo natural es uno, no obstante constar de diversidad de miembros, así toda la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo, se considera como una sola persona con su divina Cabeza[1].
c) Por vía de eficiencia, en cuanto la carne de Cristo, en la que sufrió su pasión, es instrumento de la divinidad; de donde proviene que los padecimientos y las acciones de Cristo producen por la virtud divina la expulsión del pecado.
Con su pasión nos liberó Cristo de nuestros pecados causalmente, o sea, instituyendo la causa de nuestra liberación en virtud de la cual pudieran ser perdonados los pecados en cualquier tiempo pasado, presente o futuro que sean cometidos; como si un médico preparara una medicina con la cual pudiera curarse cualquier enfermedad, aun en el futuro
La pasión de Cristo fue la causa universal de la remisión de los pecados de todo el mundo; pero su aplicación particular a cada pecador se hace en el bautismo, la penitencia y los otros sacramentos, que tienen el poder de santificarnos en virtud de la pasión de Cristo.
También por la fe se nos aplica la pasión de Cristo para percibir sus frutos, como dice San Pablo a los Romanos (3,25): “Dios ha puesto a Cristo como sacrificio propiciatorio mediante la fe en su sangre”.
Pero la fe por la que se limpian los pecados no es la fe informe, que puede coexistir con el pecado, sino la fe informada por la caridad (Gal. 5,6), para que de esta suerte se nos aplique la pasión de Cristo no sólo en el entendimiento, sino también en el afecto, es decir, en la voluntad. Y por esta vía se perdonan los pecados en virtud de la pasión de Cristo.
II) Liberación del poder del diablo
Al acercarse su pasión, dijo el Señor a sus discípulos: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuese levantado de la tierra, todo lo atraeré a mí” (Juan 12, 31-32).
“Y (Cristo), despojando a los príncipes y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz “ (Col 2,15). “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebr 2,I4).
Escuchemos la hermosa exposición de Santo Tomás (III 49,2): “Acerca del poder que el diablo ejercía sobre los hombres antes de la pasión de Cristo hay que considerar tres cosas:
1-Por parte del hombre, que con su pecado mereció ser entregado en poder del diablo, que con la tentación le había superado. Y en este sentido la pasión de Cristo liberó al hombre del poder del diablo causando la remisión de su pecado.
2-Por parte de Dios, a quien ofendió el hombre pecando, y que, en justicia, fue abandonado por Dios al poder del diablo. La pasión de Cristo nos liberó de esta esclavitud reconciliándonos con Dios.
3-Por parte del diablo, que con su perversísima voluntas impedía al hombre la consecución de su salud. Y en este sentido nos liberó Cristo del demonio triunfando de él con su pasión.
Como dice San Agustín, era justo que quedaran libres los deudores que el demonio retenía, en virtud de la fe en Aquel a quien, sin ninguna deuda, había dado muerte maquinando contra El”.
Para completar la doctrina hay que añadir las siguientes observaciones:
1-El demonio no tenía antes de la pasión de Cristo poder alguno para dañar a los hombres sin la permisión divina, como aparece claro en el libro de Job (Job I,12; 2,6). Pero Dios se lo permitía con justicia en castigo de haberle prestado asentimiento a la tentación con que les incitó al pecado.
2-También ahora puede el diablo, permitiéndolo Dios, tentar a los hombres en el alma y vejarlos en el cuerpo; pero tienen preparado el remedio en la pasión de Cristo, con la cual se pueden defender de las impugnaciones del diablo para no ser arrastrados al abismo de la condenación eterna.
Los que antes de la pasión resistían al diablo por la fe en esta futura pasión podían también obtener la victoria sobre él; pero no podían evitar el descenso provisional a los infiernos [limbo de los Patriarcas, los santos del Antiguo Testamento], de lo que nos liberó Cristo con su pasión.
3-Permite Dios al diablo engañar a los hombres en ciertas personas, lugares y tiempos, según las razones ocultas de los juicios divinos. Pero siempre tienen los hombres preparado por la pasión de Cristo el remedio con que se defiendan de la maldad del diablo aun en la época del anticristo. Si algunos descuidan valerse de este remedio, esto no dice nada contra la eficacia de la pasión de Cristo[2].
Ver la suma teológica pag 490
III) Liberación de la pena del pecado
El profeta Isaías (53,4) había anunciado de Cristo: “El fue, ciertamente, quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores” con el fin de liberarnos de la pena de nuestros pecados.
“De dos maneras –escribe Santo Tomás (III 49,3)- fuimos liberados por la pasión de Cristo del reato de la pena: directamente, en cuanto que fue suficiente y sobreabundante satisfacción por los pecados del mundo entero, y, ofrecida la satisfacción, desaparece la pena; e indirectamente, en cuanto que la pasión de Cristo es causa de la remisión del pecado, en el que se funda el reato de la pena”.
Nótese lo siguiente:
Los condenados no aprovecharon ni se unieron a la Pasión de Cristo |
2º Para conseguir el efecto de la pasión de Cristo es preciso que nos configuremos con Él. Esto se logra sacramentalmente por el bautismo, según las palabras de San Pablo: “Con Él hemos sido sepultados por el bautismo, para participar de su muerte” (Rom 6,4). Por eso a los bautizados ninguna pena satisfactoria se impone, pues por la satisfacción de Cristo quedan totalmente liberados. Mas porque “Cristo murió una sola vez por nuestros pecados”, como dice San Pedro (I Pedro 3,18), por eso no puede el hombre configurarse segunda vez con la muerte de Cristo recibiendo de nuevo el bautismo. Esta es la razón por la cual los que después del bautismo se hacen reos de nuevos pecados necesitan configurarse con Cristo paciente mediante alguna penalidad o pasión que deben soportar. La cual, sin embargo, es mucho menor de lo que exigiría el pecado, por la cooperación de la satisfacción de Cristo.
3º La pasión de Cristo no nos liberó de la muerte corporal –que es pena del pecado-, porque es preciso que los miembros de Cristo se configuren con su divina Cabeza. Y así como Cristo tuvo primero la gracia en el alma junto con la pasibilidad del cuerpo, y por la pasión y muerte alcanzó la gloria de la inmortalidad, así también nosotros, que somos sus miembros, hemos de configurarnos primeramente con los padecimientos y la muerte de Cristo, como dice San Pablo, a fin de alcanzar con Él la gloria de la resurrección (Phil 3,10-; Rom 8,17).
IV) Reconciliación con Dios
El apóstol San Pablo dice que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom 5,10).
“De dos maneras –dice Santo Tomás (III 49,4) la pasión de Cristo fue causa de nuestra reconciliación con Dios: destruyendo el pecado, que nos enemistaba con Él, y ofreciendo un sacrificio aceptísimo a Dios con la inmolación de sí mismo. Así como el hombre ofendido se aplaca fácilmente en atención de un obsequio grato que le hace el ofensor, así el padecimiento voluntario de Cristo fue un obsequio tan grato a Dios que, en atención a este bien que Dios halló en su naturaleza humana, se aplacó de todas las ofensas del género humano por lo que respecta a aquellos que del modo que hemos dicho se unen a Cristo paciente.
Porque la caridad de Cristo paciente fue mucho mayor que la iniquidad de los que le dieron muerte, y así la pasión de Cristo tuvo más poder para reconciliar con Dios a todo el género humano que la maldad de los judíos para provocar su ira”.
V) Apertura de las puertas del cielo
Venid benditos de mi Padre... |
Pero Cristo, en virtud de su pasión, nos liberó no sólo del pecado común a toda la naturaleza humana, sino también de nuestros pecados personales, con tal que nos incorporemos a Él por el bautismo o la penitencia (III 49, 5).
Los patriarcas y los justos del antiguo Testamento, viviendo santamente, merecieron la entrada en el cielo por la fe en la futura pasión de Cristo (Hebr 11,33), por la cual cada uno se purificó del pecado en lo que tocaba a la propia persona. Pero ni la fe ni la justicia de ninguno era suficiente para remover el obstáculo proveniente del reato de toda la naturaleza humana caída por el pecado de Adán.
Este obstáculo fue quitado únicamente por la pasión de Cristo al precio de su sangre. Por eso, antes de la pasión de Cristo, nadie podía entrar en el cielo y alcanzar la bienaventuranza eterna, que consiste en la plena fruición de Dios.
VI) Exaltación del propio Cristo
En su maravillosa epístola a los Filipenses escribe el apóstol hablando de Cristo: “Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; por lo cual Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús doble rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2,8-11).
Escuchemos la bellísima explicación de Santo Tomás (III 49,6):
“El mérito supone cierta igualdad de justicia entre lo que se hace y la recompensa que se recibe. Ahora bien: cuando alguno, por su injusta voluntad, se atribuye más de lo que se le debe, es justo que se le quite algo de lo que le es debido, como “el ladrón que roba una oveja debe devolver cuatro”, como se preceptuaba en la Ley de Dios (Ex 22,1).
Y esto se llama “merecer”, en cuanto que con ello se castiga su mala voluntad. Puede de la misma manera, cuando alguno, por su voluntad justa, se quita lo que tenía derecho a poseer, merece que le añada algo en recompensa de su justa voluntad; por eso dice San Lucas: “El que se humilla será ensalzado” (Lc. 14,11).
Ahora bien: Cristo se humilló en su pasión por debajo de su dignidad en cuatro cosas:
1-En soportar la pasión y la muerte, de las que no era deudor. Y por ello mereció su gloriosa resurrección.
2-En el lugar, ya que su cuerpo fue depositado en el sepulcro y su alma descendió a los infiernos. Y por ello mereció su admirable ascensión a los cielos, según las palabras de San Pablo a los Efesios: “Bajó primero a las partes inferiores de la tierra. Pues el que descendió es el mismo que subió sobre todos los cielos para llenarlos todo” (Efesios 4,9-10).
3- En la confusión y los oprobios que soportó. Y por ellos mereció sentarse a la diestra del Padre y que se doble ente Él toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno.
4- En haberse entregado a los poderes humanos en la persona de Pilato, y por ello recibió el poder de juzgar a los vivos y a los muertos”.
Notas:[1] Concepto de redención. En sentido etimológico, la palabra redimir (del latín re y emo =comprar) significa volver a comprar una cosa que habíamos perdido, pagando el precio correspondiente a la nueva compra.Aplicada a la redención del mundo, significa, propia y formal justicia y de salvación, sacándole del estado de injusticia y de condenación en que se había sumergido por el pecado mediante el pago del precio del rescate.
Las servidumbres del hombre pecador. Por el pecado el hombre había quedado sometido a una serie de esclavitudes o servidumbres:
a) a la esclavitud del pecado;
b) a la pena del mismo;
c) a la muerte;
d) a la potestad del diablo, y
e) a la ley mosaica. Jesucristo nos liberó de todas ella produciendo nuestra salud por vía de redención.
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
-“El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos” (Mt 20, 28).
-“Se entregó así mismo para redención de todos” (I Tim 2,6)
-“Habéis sido comprados a precio; glorificad, pues, a Dios es vuestro cuerpo” (I Cor 6,20).
-“Se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad” (Tit 2, I 499).
-“Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro corruptible, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha “ (I Petr I, I8-I9).
[2] De la potestad del diablo: “Y (Cristo), despojando a los príncipes y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz “ (Col 2,15). “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebr 2,I4).