Testimonio ejemplar de una catequista laica
SONIA VÁZQUEZ
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Me preguntaban hace poco mis niños del Catecismo que cómo me preparo yo para recibir a Jesús, ya que les hablaba de la importancia de estar dispuestos no sólo por dentro, sino también por fuera. Interior y exteriormente. Esto les llamaba mucho la atención: preparar no sólo el alma, sino también el cuerpo.
Normalmente hablamos del estado de Gracia, pero ¿cuidamos también lo que queda a la vista, nuestros gestos, lo que ven los demás, lo que ve también el mismo Dios? ¿Comulgamos o nos situamos en una cola, cual si fuera el día del espectador y estuviéramos en el cine, esperando a que nos den la entrada?
Ojalá mantuviéramos esa candidez de los niños, esa apertura que ellos tienen a las cosas sencillas, a querer acercarse más a Jesús y a mejorar en su corta vida espiritual. Hace poco, contemplaba medio asombrada como una madre obligaba a su niña a quedarse de pie en la Consagración e igualmente, al recibir la Comunión. ¿En que momento de nuestra vida cambiamos la dulzura infantil para regresar a la etapa cavernícola? ¿Avance o retroceso? ¿Libertad o imposición?
Proponer lo bueno, esa es la idea. Es como cuando el médico nos impone una dieta saludable y nos negamos a obedecer porque no entendemos que va a provocar un beneficio en nuestro organismo, pero, cuando vemos a otros que lo cumplen y su vida da un giro en cuánto a salud, entendemos que detrás de la teoría hay una práctica recomendable que nos lleva a un estado de bienestar inmediato. Así es la vida espiritual también, no sólo una teoría, sino una práctica que hay que ejecutar de manera inmediata, si queremos progresar en el camino al cielo.
Las muestras de amor externas son tan bellas como el estar limpios interiormente. ¿A quién no le gusta una mesa bien presentada? ¿A que madre no le gusta que su hijo la abrace y la bese? ¿A quien no le agradan unas flores perfectamente colocadas sobre un jarrón?
Exteriorizar el amor, esa es la palabra.
¿Cómo llevo esta idea, al momento de recibir a Jesús dentro de mí, a ese preciso instante en que nuestro cuerpo es traspasado por la Gracia infinita de Dios?
“In nomine Iesu omne genu flectatur caelestium et terrestrium et infernorum”
“Al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos”
En mi ciudad apenas hay dos Iglesias que nos permiten Comulgar de rodillas en la boca. No debemos exigir lo que no nos es dado de buen grado, de buena voluntad. No obstante…¿Derecho? ¿Lo tenemos? Instrucción REDEMPTIONIS SACRAMENTUM, para ratos de ocio. Ahí podemos encontrar la respuesta a la pregunta. Si el documento se te hace largo, la respuesta es: SÍ. No obstante, no hay reivindicaciones, las cosas del Señor son actos de amor.
Nos pasamos el día con muestras de cariño a los demás, beso arriba, beso abajo, abrazo por aquí, abrazo por allá, dicen que los españoles somos el país más besucón y, curiosamente, cuando se trata del Amor de los Amores tenemos reparo a la hora de demostrar que nuestro corazón se derrite ante Él. Podemos dar gritos y saltos ante el cantante de moda, pero ante Jesús pasamos como quien va a la cola del supermercado y le toca su turno, rutinariamente.
La forma en la cual yo quiero recibir al Señor es de rodillas y en la boca.
Durante estos años se jugó con la ignorancia de muchos fieles y prácticamente se nos obligó a Comulgar en la mano con una serie de argumentaciones “progresistas”, que a día de hoy se han caído por su propio peso como un elefante subido a una liana y todo esto ha tenido su efecto negativo, hemos perdido la sensibilidad y una corriente luterana ha recorrido nuestros Templos haciéndonos olvidar la presencia real de Jesús en la Hostia.
Durante la Misa vivimos la muerte del Señor, en comunidad, con signos que nos unen, no que nos separan a unos de otros.
A diario me preguntan ¿por qué comulgas de rodillas y en la boca? Para mí, es entrar en el cielo en ese preciso momento en que ¡por fin! lo tengo delante de mí. Mi alma quiere salir del cuerpo y entrar en un abrazo místico con el Señor y no encuentro otra manera más sublime de demostrarlo que bajando mis dos rodillas a tierra. ¿Cómo puedo quedarme de pie, ante Él, que me lo ha dado todo? Me siento pequeña ante Jesús en la Hostia, ante el Buen Dios que se ha quedado en (lo que antes era) un trozo de pan por mí, y no puedo por más que decirle con mi cuerpo cuanto lo amo, cuan agradecida estoy por tanto amor. De rodillas ante Él, con las manos del Sacerdote llevándolo a mi boca, así es como yo quiero Comulgar. Así siento que debo hacerlo y así me lo recomienda la Iglesia.
¿Beaterías? No, ¡amor!.
SONIA VÁZQUEZ
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