El domingo 21 de septiembre de 2014, se realizó en Oklahoma una misa negra convocada por el grupo satanista Dakhma de Angra Mainyu, cuyo líder –Adam Daniels, de 35 años de edad y auto denominado como “gran sacerdote”– está registrado en los anales de la policía como un abusador sexual, según informa El Patagónico (21-7-14). El supuesto espectáculo, que resulta, en realidad, un ritual sacrílego que “busca agredir a la Iglesia católica”, tal como lo advirtió el Arzobispo de Oklahoma, monseñor Paul Coackley, fue realizado pese a la inconformidad de creyentes que habían enviado miles de firmas a las autoridades exigiendo su cancelación. El rito satánico comenzó a las 7:00 p.m. (hora local), con tres músicos y Daniels vestido con una túnica negra, quien aseguró que su propósito era destruir el temor por la Iglesia Católica, según informó News 9. Al sacrílego ceremonial asistieron cuarenta personas. Una mujer fue arrestada cuando se arrodilló frente a la entrada y rehusó moverse buscando evitar el acceso de los satanistas al Centro Cívico.
Monseñor Paul Coackley |
Horas antes del sacrílego rito, cientos de católicos asistieron a una Hora Santa y una procesión de reparación presidida por Mons. Paul Coakley en la iglesia de St. Francis. El Arzobispo indicó: “Estamos reunidos como testigos de la esperanza en un tiempo en la que la oscuridad parece estar ganando terreno, tanto aquí como alrededor del mundo”. Y añadió:“¡Sabemos que Cristo es victorioso! Él ha vencido a Satanás. Él ha destruido el reino del pecado y el poder de la muerte a través de su Santa Cruz y su gloriosa Resurrección”. La iglesia estaba abarrotada y la multitud se desbordó en una procesión por la calle. Después, justo en frente del Salón Musical del Centro Cívico de Oklahoma City, donde se perpetró la Misa Negra, se realizó una manifestación pacífica, de oración y de reparación contra esta grave ofensa a Dios. Fieles de todo el país, de diferentes templos y organizaciones católicas, llegaron a consolar a Nuestro Señor y a su Santísima Madre, defendiendo la Eucaristía a través del rezo del rosario y otras oraciones, así como portando carteles y coreando consignas religiosas.
El mal nunca había sido tan descarado: Dios nunca ha sido tan denostado en un lugar público, con la complicidad de funcionarios de la ciudad (en la que también se pretende erigir -en su capitolio- una estatua de Lucifer de dos metros de altura, flanqueada por dos niños) que se negaron a cancelar la misa negra. A todo esto ha llevado el liberal concepto de "libertad religiosa". "Nunca la batalla espiritual entre el bien y el mal había adquirido un lucha tan frontal", dijeron algunos de los asistentes, y otros lo consideran un probable preludio de tiempos peores o quizá apocalípticos, o al menos de duras persecuciones religiosas que ya se iniciaron por diversas partes del mundo.
"Así que no hay que cansarse de pelear la buena batalla. Con San Miguel Arcángel, que ganó la guerra más decisiva en el cielo contra Lucifer, proclamamos: Quis ut Deus! ¿Quién es semejante a Dios?", aseguraron jóvenes de una organización.
Recemos toda esta semana haciendo actos de reparación por tan nefando sacrilegio PÚBLICO autorizado por las autoridades de EUA y oremos a continuación lo siguiente:
Recemos toda esta semana haciendo actos de reparación por tan nefando sacrilegio PÚBLICO autorizado por las autoridades de EUA y oremos a continuación lo siguiente:
ACTO DE DESAGRAVIO COMPUESTO POR S.S. PÍO XI
¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón.
Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.
Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la Iglesia por vos fundada.
¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro seguimiento.
¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación; concedednos que seamos fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.
Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la Iglesia por vos fundada.
¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro seguimiento.
¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación; concedednos que seamos fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.