¡Cuántas malas conversaciones se vomitan cada día! Palabras deshonestas, charlas inmundas; chistes groseros, chistes picantes, palabras y chistes de doble sentido, comentarios morbosos. Ante todo, distingamos una mala palabra vulgar de una palabra obscena con connotaciones sexuales, que es a lo que aquí nos referimos. ¡Y cuán extendido está este pecado por el mundo!, pues estas malas conversaciones y palabras obscenas se profieren por toda clase de personas. Tanto por los jóvenes de baja condición, como por los de de traje y corbata; Tanto por mujeres de mala vida, como por las señoritas de buenas familias; también, y es una lástima decirlo, estas malas conversaciones se oyen tanto de las bocas de adultos y viejos, como también de las bocas de los niños.
¡Qué contento estará el demonio cuando oye proferir semejantes palabras obscenas!
Le parecerá haber destruido la obra de Dios, pues el hombre y la mujer, que fueron creado a imagen y semejanza de Dios, con estos pecados, se convierten en imagen y semejanza de las más inmundas bestias, ¡y aún peor que ellas!
Y aunque estas obscenidades que se dicen sean sólo de palabra, y no se lleven a cabo en la obra. Tanto sólo por haberlas dicho, ya se ha ensuciado y empantanado el corazón, casi de la misma forma como si se hubiesen cometido, pues el comentario muchas veces implica ya un mal deseo, y de ahí al acto hay sólo un paso; y así, se hacen -de cierta manera- reos del pecado terrible de fornicación, o de adulterio, ya sea natural o antinatural, dependiendo de lo que se haya hablado. Será de momento un pecado de la lengua, pero ya lleva -muchas veces- el deseo de su materialización (en tal caso es un pecado -también- de DESEO) o puede conducir fácilmente a él; y muchas veces del deseo al acto, es poco el espacio que existe porque lo que se expresa por la lengua nace del fondo del corazón. Y así, si muchos pecados no se concretizan materialmente es a veces sólo por falta de oportunidades.
Cierto es que en algunos casos, el chiste de doble sentido -por decir un ejemplo- no lleva necesariamente implícito el mal deseo, sino el tonto ánimo de divertir al otro, pero fácilmente puede abrir el corazón y la mente del que lo expresa -o del que lo escucha (algo que está fuera de nuestro control)- a pensamientos o deseos pecaminosos, de momento o más tarde. Y peor aún si es un hábito recurrente. Otro tanto ha de decirse de la pésima costumbre que existe en algunos países -como México- de lo que se denomina "alburear" al amigo, esto es fastidiarle y decirle picardías jugando con las palabras de doble sentido que rayan muchas veces en aspectos homosexuales, ¡como si tuviera alguna maldita gracia ostentarse como homosexual activo!
Ni que decir de aquellas malas conversaciones donde con lujo de detalle y morbo se expresan deleitosamente los hechos o deseos más inmorales, como si fuera lo más natural. Esto hace pecar gravemente al que habla y generalmente al que escucha, también.
No olvidemos la sentencia fulminante de nuestro Dios: “Ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas…heredarán el reino de los cielos”. (I. Cor. 6,9-10)
Para tener asco de estos pecados de las malas conversaciones, chistes obscenos y palabras inmundas, veamos algunas consideraciones que nos recordarán el grave daño que se hace con este pecado en las almas del prójimo y también en la misma alma del que las profiere.
1) Las palabras obscenas hacen gran daño al prójimo
San Agustín, a los que hablan deshonestamente los llama “mediadores de Satanás”, porque donde no puede llegar Satanás con las sugestiones, llegan los impuros con las palabras obscenas que pronuncian.
El apóstol Santiago habla de estas malditas lenguas, y dice que la lengua del impuro es fuego inflamado por el infierno, con el cual quema el obsceno a los demás.
Dios, en el libro del Eclesiástico, habla de un tercer tipo lengua, el cual es aplicable a la lengua de los impuros (Eccl.28,16).
La primera lengua, es la lengua espiritual, la que habla de Dios. La segunda lengua es la lengua mundana, la que habla de los negocios y riquezas del mundo. Y la tercera lengua es la lengua del infierno, que es la que habla sobre obscenidades carnales, y ésta es la que pervierte a muchos y hace que se pierdan en el infierno.
El rey David dice que la vida del hombre sobre la tierra está llena de tinieblas y de oscuridad. Esto quiere decir que el hombre, mientras vive, camina entre tinieblas por un camino resbaladizo, por lo cual está en peligro de caer a cada paso, si no tiene toda la cautela y no mira muy bien por donde camina, con el fin de evitar las caídas, que son las ocasiones de pecar. Si en este camino tan resbaladizo, hubiese además alguien que se encargase de empujar a los otros para hacerlos caer, sería un milagro que no se cayese en el precipicio. Pues esto es precisamente lo que hacen aquellos instrumentos del demonio que hablan obscenidades: inducen a los otros al pecado mientras están en este mundo, habitando en las tinieblas, y cercados por una carne tan propensa a este vicio.
Hablando Dios acerca de estos hombres y mujeres con lenguas obscenas dijo: “Sus bocas son sepulcros abiertos” (Salm.5,11)
Y San Juan Crisóstomo añade que: Las bocas de éstos que no saben hablar sino obscenidades, son sepulcros abiertos que exhalan putrefacción, y contaminan todo a su alrededor; de la misma forma que el olor que sale de la podredumbre de los cuerpos amontonados en una fosa, infesta y trastorna a todos aquellos que perciben la hediondez.
Para recalcar todavía más el grave daño que ocasiona la lengua impura, Dios dijo: “el golpe del azote deja una llaga (en el cuerpo); pero el golpe de la lengua desmenuza los huesos”. (Eccl.28,21). Esto quiere decir que las heridas que causan las lenguas deshonestas penetran hasta los huesos de aquellos que las oyen, por el escándalo que les causan, especialmente cuando se profieren en presencia de personas jóvenes e inocentes.
Cuenta San Bernardino de Sena, que una doncella muy pura, y que vivía santamente, una vez oyó de un joven una palabra obscena, y fue tal el escándalo que le produjo, que ella quedó terriblemente conturbada; le comenzaron a llegar gran cantidad de malos pensamientos y deseos, de tal manera que llegó a consentirlos, y después se entregó tanto a la impureza, que dice el santo, que aunque el demonio hubiese tomado carne humana, no hubiera podido cometer tantos pecados impuros como ella cometió.
¿Cuál habrá sido el fin de esa doncella, antes pura, que se volvió un demonio? ¿Y cuál habrá sido el fin de ese joven que pronunció esa palabra obscena y la escandalizó? Seguramente que el fin de ese joven, si no se arrepintió, fue terriblemente peor, pues no olviden lo que Nuestro Señor advirtió: “quien escandalizare a uno sólo de estos pequeños que creen en Mi, Más le valdría que le colgasen al cuello una rueda de molino y lo echasen a lo profundo del mar… ¡Ay del hombre por quien el escándalo viene!” (Mt.16,6-7)
¡Cuántas almas se han condenado por culpa de la lengua impura! Dios dijo tristemente: “Muchos han perecido al filo de la espada; pero no tantos como por culpa de su lengua! (Eccl.28,22)
En fin, esos hombres y mujeres, cuyas lenguas son un volcán de impurezas, son la ruina del mundo. Dijo un autor que más daño hace uno sólo de ellos, que cien demonios del infierno, siendo así la ruina de muchas almas; por eso Dios les pedirá terribles cuentas en el día del juicio, y de muchísimos de ellos, Dios podrá decir lo mismo que dijo de Judas: “Más le valiera no haber nacido”.
2) Las palabras obscenas hacen gran daño al alma misma del que las profiere
Podría decir alguno: “¡Pero, esas palabras deshonestas y chistes malos, yo los digo por diversión y sin malicia!”. A ellos, un autor les responde: “¿Con que los dices por diversión? ¡infeliz! Esas diversiones hacen reír al demonio, y te harán a ti llorar eternamente en el infierno. Porque no sirve decir que tú las dices por diversión y sin malicia, pues cuando profieres esas palabrotas escandalosas y obscenas, es muy difícil que uno no se complazca con las ideas que surgen en la imaginación; pues normalmente resulta de ellas una secreta complacencia, que suele ser semejante a una chispa que puede fácilmente encender la estopa seca. Y de allí, se llega fácilmente a las obras”. Además, ¿puedes tú saber el efecto que causarán en el que te escucha?, ¿puedes tú controlar que el otro(a) las escuche sin malicia alguna?
No hay que olvidar que los hombres y las mujeres están todos inclinados al mal, inclinados al pecado; tenemos una naturaleza gravemente herida por el pecado original, recuerden lo que dijo Dios: “los pensamientos del corazón humano se dirigen al mal todos los días” (Gen.6,5). Por eso, y sobretodo en materia de impureza, tenemos que ser muy cautos y prudentes, si no, muy pronto nos hallaremos enredados y enlodados en estos vicios deshonestos, de los cuales será muy difícil salir. Además, nos advierte el Espíritu Santo: “no seas capturado (agarrado) por tu lengua” (Eccl.V,16). Esto quiere decir: “Ten cuidado de no labrarte con tu lengua una cadena que te conduzca y arrastre a los infiernos”, pues la lengua mancha todo el cuerpo e inflama la rueda de la vida.
Sí, como antes dijimos, la lengua es uno de los miembros del cuerpo que, cuando habla mal, infesta a todos los demás miembros, e inflama y corrompe toda nuestra vida, desde la niñez hasta la senectud; y de allí resulta que los que hablan obscenidades, no saben abstenerse de semejantes conversaciones, aún cuando sean ancianos.
Otra razón más por la que las malas conversaciones hacen daño al alma de los que las profieren, es que se hacen desmerecedores de la misericordia de Dios.
¿Se compadecerá Dios de aquellos que no se compadecen de las almas de los prójimos? Dijo el apóstol Santiago que será juzgado sin compasión aquél que no tuvo compasión de los demás: “Juicio sin misericordia, a aquél que no tuvo misericordia” (Sant.2,13).
Y los que hablan impurezas no tienen misericordia del prójimo: pues a veces vomitan sus obscenidades tanto a una persona, como a muchas; y cuando mayor es la concurrencia, tanto mayor es el calor y desenfreno con que suelen hablar; y sobre todo las profieren con sus amigos; no tienen piedad ni de sus amigos, pues con esas palabras están más que contaminando y hundiendo las almas de sus tristes amigos. Y todavía más grave aún, a veces los hombres dicen sus "chistes" delante de mujeres, como también delante de los niños; ¡arrasan con todos, no tienen escrúpulos, no tienen pudor, perdieron toda vergüenza!
¡Y hasta se gozan al echarse unas carcajadas para deleitarse sobre el tema impuro que han hablado y de esa manera le dan más fuerza a sus palabras! Si estas personas de lenguas impuras siguen obrando así, ¿podrá Dios tener compasión de ellas?
Por todo esto que hemos dicho, los impuros, con todas sus sucias palabras, están matando, condenando y sumergiendo, cada vez más profundo, a su propia alma.
Conclusión
Cuidémonos mucho de no proferir con nuestra boca palabras deshonestas, ni siquiera las palabras de doble sentido, ni los chistes picantes; pues Dios ordenó lo siguiente: “La fornicación y cualquier impureza, ni siquiera se nombre entre vosotros, como conviene a los santos” (Ef.5,3).
Dios nos ha dado la lengua, no para ofenderle, sino para alabarle y bendecirle.
Y por eso nos ha dicho: “Haz una balanza para tus palabras, y un freno bien ajustado para tu boca; Y mira no resbales en tu hablar, por lo cual caigas en tierra…y sea incurable y mortal tu caída” (Eccl.28,29-30)
Pensemos que en nuestras bocas, ha entrado ya muchas veces Nuestro Señor Jesucristo por la santa Comunión, y por eso, debemos precavernos con mayor cuidado de proferir cualquier palabra que contamine la puerta por donde ha entrado y entra Dios a nuestro corazón.
Es más, usemos nuestra boca para hablar como Dios lo quiere: Dios dijo: “Vuestras palabras estén siempre condimentadas con la sal” (Col.4,6). Es decir, nuestra conversación debe ir mezclada con algunas palabras santas que muevan a los demás a amar a Dios y a retraerlos de ofenderle.
¡Feliz la lengua que no sabe sino hablar de las cosas de Dios!
No olvidemos que de cada palabra hablada Dios tomará nota. Estas faltas van contra el sexto y -muchas veces- contra el noveno mandamiento de la Ley de Dios.
Usemos nuestra lengua como un poderoso instrumento para aumentar la gloria de Dios, y para la edificación del prójimo, pues de esta manera, podremos gozar eternamente de la hermosa gloria que Dios nos tiene preparada.