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MONS. FULTON J. SHEEN: “LA IGLESIA NUNCA SE HA ADAPTADO A LOS TIEMPOS QUE HA VIVIDO, PORQUE DE HABERLO HECHO HABRÍA PERECIDO CON ELLOS”

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Una imputación frecuente contra la Iglesia es que no se adapta al mundo moderno. Esto es absolutamente cierto. La Iglesia nunca se ha adaptado a los tiempos en que ha vivido, porque de haberlo hecho habría perecido con ellos, en vez de sobrevivirlos. En la Iglesia hay siempre  algo de idéntico y sin embargo de muy distinto.   Lo idéntico es que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre. Lo distinto es el hecho de que la Iglesia siempre está convirtiendo toda nueva época, no como una vieja religión, sino como una nueva.  Los árboles que retoñan ahora, en esta temporada de primavera, son los mismos que están tan firmemente arraigados ese mismo año, y hay en ellos algo nuevo, porque si no murieran no volverían a vivir. La Iglesia no es una supervivencia. Ha reaparecido repetidas veces en el mundo occidental de los rápidos cambios, a fin de reconvertir el mundo. Repetidas veces, la vieja piedra ha sido rechazada por los constructores, pero antes de un siglo la han traído nuevamente de la pila de escombros para convertirla en la piedra angular del templo de la paz.
He aquí la gran diferencia existente entre la Iglesia y las civilizaciones seculares : La Iglesia tiene el poder de renovarse a sí misma, y las civilizaciones, no. Se agotan y perecen, pero nunca se renuevan. Cuando una civilización como Babilonia, Esparta o Atenas cumple su vocación señalada y se agota, desaparece para siempre de la faz de la tierra. No hay un solo testimonio de una civilización como ésas que haya reaparecido. Pero el caso de la Iglesia es distinto: Tiene el poder de surgir de la tumba, de ser derrotada aparentemente por una época, y de surgir de improviso victoriosa, “porque las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
La Iglesia ha sido “muerta” a menudo; primero con la herejía arriana, luego con la albigense, después con Voltaire y con Darwin, y ahora con las tres formas del totalitarismo, el rojo, el pardo y el negro, pero en una forma u otra, a pesar de que cada época doblaba las campanas en toque de difuntos anunciando su ejecución, fue la Iglesia quien, finalmente, sepultó a la época. En este preciso momento, hay quienes creen que, como vivimos en días de persecución y la Iglesia ha vuelto a las catacumbas en Europa, deben verter piadosas y respetuosas lágrimas sobre su sepulcro, sin comprender que si miran por entre sus lágrimas como Magdalena, verían resurgir victorioso al Hijo de Dios sobre las colinas del mañana. Podría creerse que el mundo, después de 1900 años de experiencia, renunciaba a traer las especias para su entierro.  Se suponía que había sido asesinado durante las diez primeras persecuciones; que se había consumido bajo la luz de la edad de la razón; que había sido engullido por la tierra en la época de la revolución francesa; que lo había dejado rezagado el progreso de la ciencia y la evolución; y se supone  que ahora está sepultado en los días de nuestras revoluciones antirreligiosas contemporáneas.  Pero lo positivo es que está simplemente enterrado en las entrañas de la tierra, donde cava catacumbas y de las cuales resurgirá algún día para reconquistar el mundo. Si en este momento entramos en las catacumbas, sólo lo hacemos como cuando Cristo entró en el sepulcro.

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