Debemos considerar que el negocio de nuestra salvación eterna es un negocio de las más graves consecuencias, porque se trata del alma, y, habiéndose perdido ésta, todo absolutamente está perdido. El alma, dice San Juan Crisóstomo, debe ser tenida por nosotros como más preciosa que todos los bienes del mundo. Y para entender esta verdad, no basta con saber que Dios nos creó a su imagen y semejanza; al menos no es suficiente, ya que también es preciso saber y entender que Jesucristo pagó un precio de valor infinito, para redimir el alma y rescatarla de la esclavitud de Satanás. Es decir: para salvar nuestras almas, el mismo Dios sacrificó a su Hijo a la muerte, y el Verbo eterno no dudó en rescatarnos a cambio de su Sangre. "Fuistéis comprados a gran precio" (I Corintios 6:20). ¿Alcanzamos a comprender esto en toda su dimensión?...
Tenía mucha razón San Felipe Neri en calificar de locos a los "sabios" del mundo que no trabajan para la salvación del alma. Y si tiene tan gran valor nuestra alma, ¿qué bienes del mundo puede haber a cambio, para perderla?. "¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?" (Mt 16,26).
La vida es una milicia para salvar el alma |
¡Pero no! pues podemos decir que todos los hombres somos inmortales, en el sentido que nuestra alma nunca muere y nuestro cuerpo resucitará algún día. La muerte natural, la separación de alma y cuerpo, será sólo un breve compás de espera si lo comparamos con la eternidad que nos aguarda.
¡¡¿Cómo es entonces que muchas personas pierden eternamente su alma a cambio de las satisfacciones más miserables de este mundo?!!
"¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?" (Mt 16,26).
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