"No quería ser madre a los 13 años, pero el bebé no merecía morir. Me hubiese encantado haberle dado en adopción a alguien que de verdad hubiese querido tener hijos y no pudiese tenerlos. Hoy sería una adolescente, y quizá podríamos ser amigas, aunque nunca ella me llamase mamá".
Hace 16 años la «madre del caso C» –llamémosle María– fue forzada protagonista de una terrible historia: violada, separada de sus padres, secuestrada por el aparato del estado –los «servicios sociales»–, llevada a Londres –en Irlanda está penado el aborto– donde fue obligada a abortar por una orden judicial contra la que lucharon sus padres, que intentaban recuperar la custodia de su hija.
El final de la historia de María no fue feliz. Hoy está sumida en una honda depresión por hechos de los que no tuvo culpa. Todavía lo recuerda:
"Al día siguiente, me llevaron a un edificio. Lo siguiente que recuerdo fue que me llevaban en una camilla y gritaba de dolor. Me pusieron una inyección y cuando me desperté, el dolor había desaparecido. Finalmente me dijeron que el bebé estaba muerto"
No la devolvieron a sus padres. María está casada, tiene dos hijos, pero todavía sueña:
"con una niña rubia corriendo por un campo que me pide que juegue con ella. Es mi hija perdida. Le puse el nombre de Shannon. Finalmente he conseguido un certificado de defunción para ella. Era la manera de probar que existía".
El tribunal que condenó al violador a 12 años de prisión, señaló que el crimen había sido particularmente aborrecible porque no sólo había violado a una joven inocente también había dado a muerte al niño «mediante un aborto».
Ayer volví a oír en el Parlamento español que con una ley del aborto no se obliga a abortar a nadie. Repito, no sólo no es un argumento, es que además es mentira. Si la ley lo ampara, se puede y se hace.
También es un caso que debe hacer pensar a aquellos que apodícticamente dicen que la madre no es también víctima del aborto.