EL MODERNISMO ES LA SUMA DE TODAS LAS HEREJÍAS: SAN PÍO X
Por INFOVATICANA | 22 abril, 2020
No hace falta ser doctor en Teología para percatarse de los cambios que algunos sectores de la Iglesia trataron de introducir durante el siglo XX, especialmente a partir del Concilio Vaticano II. Las premisas que configuraron la modernidad ―todas ellas profundamente anticristanas― fueron, en un principio, rechazadas con ímpetu por los papas y hay numerosas encíclicas que así lo atestiguan. No obstante, durante la primera mitad del siglo pasado, algunas de ellas comenzaron a ser adoptadas con entusiasmo en aras de modernizar la Iglesia. Así, hubo ciertos sectores que procuraron concebir la Iglesia como una institución que había de estar adaptada a su tiempo, en plena consonancia con él y sus delirios, en lugar de como un faro que irradia luz a un mundo sumido en el error. La herejía modernista busca reinterpretar la historia bíblica, así como la filosofía católica, la teología y la liturgia, a través del moderno prisma de la ciencia racional y la filosofía posilustrada. En un comienzo esto podría sonar admirable. Uno podría preguntarse: “¿No debería aculturarse la fe católica al mundo moderno para hacer que la fe sea más atractiva? ¿Acaso no citaba Pablo a filósofos no católicos? ¿No empleó Agustín el platonismo? ¿No se reconcilió Tomás de Aquino con Aristóteles? ¿Por qué no reconciliar a Kant, Hegel, o incluso a Nietzsche, con el catolicismo?”. Los Apóstoles, los Padres de la Iglesia y los escolásticos “saquearon a los egipcios” y emplearon a menudo los escritos, pensamientos y analogías de los paganos que les precedieron. El modernismo, sin embargo, se originó tras el rechazo a la tradición intelectual católica. Sócrates vivió antes de Cristo. Su sistema filosófico no estaba contra el cristianismo per se. Era precristiano. Lo mismo sucede con los platónicos, los aristotélicos y la mayoría de los pensadores estoicos. Pero la filosofía de Kant o Hegel es decididamente poscristiana y busca reemplazar la fe católica con algo nuevo y mejor. Por consiguiente, el modernismo intenta hacer lo imposible: reinterpretar el catolicismo con un sistema moderno que rechace el cristianismo. Esas filosofías poscristianas ―y otras tantas― son la alternativa moderna a la cosmovisión católica del mundo que había predominado en Occidente durante toda la Edad media. Las religiones, y especialmente el cristianismo, no se limitan a la asunción de un credo particular. Más bien, la asunción de un credo implica la adopción de una cosmovisión, de unas convicciones acerca de Dios, el hombre y el mundo, que son las tres ideas cardinales de la filosofía. Así, y al contrario de lo que suele pensarse hoy, el ser del católico, además de implicar una fe concreta, requiere de esos postulados derivados de la asunción de esa fe. Rechazarlos o imponer otros ―es lo que hace el modernismo― es rechazar también la fe.
Las características del modernismo, según Pío X, son tres. La primera característica es el análisis crítico y racional para “desmitologizar” la Sagrada Escritura. Para los modernistas, la Biblia es una importante colección de leyendas redactadas por gente poderosa para transmitir un mensaje. Se pone en duda la existencia de Noé, Abraham, Moisés y David. Incluso los cuatro evangelios son cuestionados por sus relatos de milagros. Siguiendo el presunto naturalismo de la masonería, el modernismo rechaza cualquier cosa que sea ciertamente sobrenatural. Por ejemplo, cuando Nuestro Señor Jesucristo multiplicó los panes y los peces, realmente se trataría del “milagro de compartir”. No sucedió nada sobrenatural que incrementase la cantidad de comida disponible. La expulsión de los demonios que realiza Cristo, según explican los modernistas, es una historia simbólica sobre la aportación de la paz psicológica a las personas atribuladas. Jesús caminando sobre las aguas no es más que una manera literaria de representarle sobreponiéndose a los problemas del mundo. Cuando Cristo dice a sus apóstoles “este es mi cuerpo”, les está pidiendo que le recuerden. El pan no se convierte en nada sobrenatural. Todo tiene una explicación natural. La segunda característica del modernismo es el secularismo y la fraternidad universal. Santo Tomás de Aquino enseñó, acertadamente, que la gracia sana y eleva la naturaleza. El orden de la realidad es que lo sobrenatural reina sobre lo natural. Con la negación modernista de lo sobrenatural, lo secular y lo político se convierten en prioridad. Los conceptos de bienaventuranza y salvación son reinterpretados como metas seculares o políticas. Esto reduce al clero a activistas políticos y degrada al papa a ser un mero coach inspirador para las naciones seculares. Es tal la separación entre la Iglesia y el Estado que la Iglesia ya no tiene relevancia en la esfera pública. La religión es privada. El tercer plano del modernismo es el rechazo de lo que los católicos conocen como bien (moral), verdad (doctrina) y belleza (estética). El ceñido sistema de pecado original, pecado venial, pecado mortal, ser perdonado y sanado por la redención en Cristo es abandonado. Se promueve la moral relativista. Los modernistas proclaman que la doctrina debe ser siempre “pastoral”, no “verdadera”. Y las artes, las estatuas, la arquitectura y la música de la Iglesia católica son abandonadas en favor de lo vulgar, lo moderno y lo "útil".
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