Aunque lo diga Francisco, Jesucristo no justificó a todos los hombres
Ese “todos” es la visión del Señor que vino por todos y murió por todos. “¿Y también murió por aquel desgraciado que me ha hecho la vida imposible?”. También murió por él. “¿Y por aquel bandido?”: murió por él. Por todos. E incluso por la gente que no cree en él o es de otras religiones: murió por todos. Eso no quiere decir que se deba hacer proselitismo: no. Pero Él murió por todos, justificó a todos.
Vaya por delante que las palabras de un pontífice en una homilía improvisada -y el vídeo de la misma muestra que no fue leída- difícilmente pueden ser consideradas magisterio pontificio. Pero no por ello es menos grave que un Papa afirme algo que contradice expresamente la enseñanza de la Iglesia.
En el Decreto sobre la Justificación del Concilio de Trento, capítulo III, leemos:
No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adan; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos.
Y en el capítulo VI, vemos:
Dispónense, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido.
Item más, dice el capítulo VII:
A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la gracia y dones que la siguen; de donde resulta que el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, para ser heredero en esperanza de la vida eterna.
Y para que quede meridianamente claro, añade el capítulo VIII:
Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente; se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católicaa; es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.
Queda claro por tanto que no se puede decir de ninguna manera que Jesucristo justificó a todos los hombres, y mucho menos a los que no creen en Él y son de otras religiones. Tal afirmación es contraria al evangelio de Cristo, a la fe de la Iglesia. Y tal error es aún más grave si se le añade la oposición al proselitismo, que consiste en buscar la conversión de los incrédulos, de los no cristianos.
De hecho, el propio Señor Jesucristo indica que debemos hacer proselitismo pero no todos se salvarán, no todos serán justificados
«Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y se bautizare, se salvará; el que no creyere, se condenará»
Mc 16,15-16
Y a aquellos que no creyeron en Él, ya les advirtió:
«Si no creyéreis que yo soy, moriréis en vuestro pecado… El padre de quien vosotros procedéis es el diablo, y queréis hacer lo que quiere vuestro padre… el padre de la mentira. A mí, en cambio, porque digo la verdad, no me creéis. El que es de Dios oye las palabras de Dios; vosotros no las oís porque no sois de Dios»
Jn 8,21-24.44-47
Y también:
«El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo condene: la palabra que he hablado, ésa le condenará en el último día»
Jn 12,48.
Ni que decir tiene que, a diferencia de lo que sostenía el heresiarca Lutero, no basta solo con creer en Cristo. La fe sin obras es fe muerta (Stg 2,17 y 20). El Salvador enseñó que quien le llama Señor y no hace lo que Él dice, se condena (Luc 6,46-49). Pero sin fe ni siquiera es posible agradar a Dios (heb 11,6).
Recordemos la admonición del apóstol San Pablo:
«Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!»
Gal 1,8-9
Y prediquemos lo mismo que San Pedro, Príncipe de los apóstoles y Vicario de Cristo:
«Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos».
Hech 4,11-12
¡Ay de mí si no anunciare el evangelio! (1 Cor 9,16)
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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