El Padre Giuseppe Tomaselli cuenta una experiencia suya con su propia madre fallecida:
«Mi madre fue una persona de gran ejemplo, y a ella le debo en gran parte mi vocación sacerdotal. Iba a Misa y comulgaba todos los días, incluso en la vejez. Jamás dejó de rezar el Rosario. Caritativa, hasta el punto de perder un ojo mientras realizaba un gran acto de caridad hacia una pobre mujer. Siempre conforme al querer de Dios, tanto que cuando mi padre yacía muerto en nuestra casa, cuando yo me pregunté: “¿Qué le puedo decir a Jesús en estos momentos para agradarle?”, ella me dijo que repitiera: “Señor, hágase tu voluntad”. En su lecho de muerte recibió los últimos Sacramentos con fe viva. Unas horas antes de su muerte, sufriendo demasiado, repetía: “¡Oh Jesús, quisiera pedirte que disminuyas mis sufrimientos! Pero no quiero oponerme a tus deseos; ¡haz tu voluntad!” Así murió aquella mujer que me trajo al mundo.
Teniendo muy presente lo que es la Justicia Divina, y prestando poca atención a los elogios que podían dar los conocidos y los mismos sacerdotes sobre mi madre, intensifiqué los sufragios por su alma. Ofrecí gran número de santas Misas, muchas obras de caridad, y donde predicaba exhortaba a los fieles a ofrecer comuniones, oraciones y buenas obras en sufragio de ella.
2 años y medio después de su muerte, de repente se apareció aquí en mi habitación, luciendo muy triste, y tuvo lugar la siguiente conversación:
—¡Me dejaste en el Purgatorio!
—¿Todo este tiempo has estado en el Purgatorio?
—¡Y todavía lo estoy! ¡Mi alma está rodeada de tinieblas y no puedo ver la Luz, que es Dios! Estoy a las puertas del Paraíso, cerca del gozo eterno, y me desgarra el deseo de entrar en él, ¡pero no puedo! Cuantas veces he dicho: Si mis hijos supieran mi terrible tormento, ¡vendrían pronto en mi ayuda!
—¿Y por qué no viniste antes para hacérmelo saber?
—No me era permitido.
—¿Aún no has visto al Señor?
—Tan pronto como expiré, vi a Dios, pero no en toda su luz.
—¿Qué podemos hacer para liberarte de inmediato?
—Sólo necesito una Misa. Dios me ha permitido venir para pedirlo.
—¡Tan pronto como entres al Cielo, regresa para darme la noticia!
—¡Si el Señor lo permite! ¡Qué luz! ¡Qué esplendor!
Se celebraron 2 Misas y algunos días después volvió a aparecerse, y dijo: “¡Estoy en el Paraíso!”
Meditando en esto que he expuesto, me digo a mí mismo: ella llevaba una vida tan ejemplarmente cristiana, y se habían ofrecido por su alma una gran cantidad de sufragios... ¡y aun así permaneció 2 años y medio en el Purgatorio! ¡Nuestros juicios son tan equivocados!»
-----
Continuemos orando mucho por nuestros difuntos, aunque hayan parecido muy santos, no sea que los dejemos en el Purgatorio largo tiempo por pensar que ya están en el Cielo.
Benditos sean Jesús y María.