Paul Claudel
Mediodía. Está la Iglesia abierta. Voy a entrar.
Madre de Jesucristo, no he venido a rezar.
Sin nada que pedirte, nada que darte.
Solo he venido, Madre, para mirarte.
Mirarte, llorar de dicha, mostrar así
Que soy hijo tuyo y que tú estás aquí
Solo por un momento, cuando todo está en paz.
Al Mediodía,
estar contigo Virgen, donde tu estás.
Viendo tu rostro en muda contemplación
Cante su propio canto mi corazón
Sin decir nada, cantar únicamente
porque están los anhelos colmados
como el mirlo que persigue un motivo
en los compases de sus dÍsticos inesperados.
Porque eres bella y eres Inmaculada
La mujer por gracia al fin rehabilitada
La criatura en su honor primero y en su florecimiento total
Como salida de las manos de Dios en la mañana de su esplendor original.
Inefablemente intacta porque eres Madre del Salvador
que es la verdad en tus brazos y la sola esperanza, el fruto de la flor.
Porque eres la mujer. Edén de antiguas ternuras olvidadas
cuya mirada penetra el corazón y hace brotar lágrimas
acumuladas.
Porque salvaste a Francia y fuiste mi propia Salvadora.
Porque la Francia ha sido como yo de tu piedad merecedora.
Porque en la hora en que todo traqueaba tu gracia intervenía.
Porque salvaste una vez más la Francia mía.
Porque es la fecha de hoy, a mediodía.
Simplemente porque eres María
porque eres simplemente y siempre estás aquí,
Madre de Jesucristo, gracias a ti!