Las raíces de la conmemoración actual se remontan al Nuevo Testamento, pero la conmemoración no se celebró como fiesta universal de la Iglesia hasta 1814. Antes de eso, la devoción a Nuestra Señora de los Dolores surgió por primera vez durante las celebraciones locales en todo el Mediterráneo en el siglo XI.
En 1233, siete hombres devotos de Florencia tuvieron una visión de la Santísima Virgen María, que los inspiró a formar una comunidad religiosa que más tarde se conocería como los Siervos de María. Alrededor del año 1240, estos mismos hombres recibieron otra visión de la Madre de Dios, acompañada de ángeles. Ella les informó sobre su misión, les proporcionó sus hábitos, les presentó su regla de vida y fundó personalmente su orden. En esa aparición, recibieron instrucciones de difundir la devoción a los Siete Dolores de María, que se convirtió en una de sus misiones centrales. Gracias a los esfuerzos de la orden de los Siervos de María en los siglos posteriores, la celebración litúrgica en honor a Nuestra Señora de los Dolores se expandió gradualmente.
A finales del siglo XIII se compuso la oración tradicional Stabat Mater (Madre de pie), que rápidamente se hizo muy conocida. Esta oración pone de relieve el profundo dolor del corazón de María cuando se encontraba ante la cruz con tremenda fuerza y compasión maternal por su Hijo.
En 1809, contra los deseos del Papa, Napoleón decidió anexionar los Estados Pontificios al imperio francés. Después de que el Papa Pío VII excomulgara a Napoleón, el emperador arrestó al Papa y lo encarceló entre 1809 y 1814. Después de la derrota de Napoleón en 1814, el Papa Pío VII fue liberado. En agradecimiento por la protección otorgada a él y a toda la Iglesia por intercesión de la Santísima Virgen, el Papa extendió la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores a toda la Iglesia latina.
Tradicionalmente, la Memoria de Nuestra Señora de los Dolores conmemora los siete dolores en el Corazón de María según están registrados en las Escrituras:
1. La profecía de Simeón (Lucas 2:33–35)
2. La huida a Egipto (Mateo 2:13-15)
3. Pérdida del Niño Jesús por tres días (Lucas 2:41–50)
4. María se encuentra con Jesús en su camino al Calvario (Lucas 23:27-31; Juan 19:17)
5. Crucifixión y muerte de Jesús (Juan 19:25-30)
6. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz (Lucas 23:50–54; Juan 19:31–37)
7. El entierro de Jesús (Isaías 53:8-9; Lucas 23:50-56; Juan 19:38-42; Marcos 15:40-47)
La Santísima Virgen María supo por primera vez acerca de la espada que atravesaría su corazón cuando presentó al Niño Jesús en el Templo con San José al octavo día para que le pusieran nombre y lo circuncidaran. “Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Este niño está destinado a la caída y al levantamiento de muchos en Israel, y a ser señal de contradicción (y a ti misma una espada atravesará), para que queden al descubierto los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). La profecía de Simeón fue la primera perforación de su corazón porque es el primer registro bíblico de que María sabía que su Hijo sufriría. Los siguientes seis dolores tradicionales pintan el cuadro en desarrollo del cumplimiento de esa profecía.
Al honrar el Corazón Dolorido de la Santísima Madre, es importante entender que un corazón “dolorido” no es lo mismo que un corazón “triste”. Teológicamente hablando, la tristeza resulta de una forma de autocompasión, o un apego malsano a algo que se perdió. El dolor, por otro lado, es una de las Bienaventuranzas, y por lo tanto una de las cualidades más santas que podemos poseer. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). “Llorar” es tener un corazón triste. En este contexto de las Bienaventuranzas, un corazón que llora es un corazón que ama. El duelo, o el santo dolor, resulta de un corazón que presencia el pecado y se lamenta por ello. En el caso de la Santísima Madre, ella presenció el trato brutal a su Hijo, su rechazo, sufrimiento y muerte. Ella no se desesperó al presenciarlo. No sucumbió a la confusión y la frustración. No se encerró en sí misma, sintiendo lástima por sí misma, sino que reaccionó con el amor empático que brota del corazón más sagrado. Sintió un dolor santo, no tanto porque se sintiera mal por su Hijo, sino porque se afligía por los pecados que le habían infligido ese sufrimiento y anhelaba ver esos pecados redimidos.
Al conmemorar hoy el Doloroso Corazón de María, tenemos una oportunidad importante para reflexionar sobre nuestro propio dolor. ¿Es nuestro dolor egocéntrico, que se concentra en las heridas que sentimos? ¿O es desinteresado, es decir, se extiende nuestro dolor a los demás, lamentándonos de manera santa por los pecados que presenciamos? Cuando nuestro dolor es santo, nos llenamos de compasión y empatía espiritual. La palabra “compasión” significa “sufrir con”. La Santísima Madre, unida al Sagrado Corazón de su Hijo, sufrió con sus hijos pecadores mientras veía cómo sus pecados crucificaban a su Hijo. No albergaba odio alguno al presenciar esos pecados, sólo un anhelo indescriptible de ver la gracia de su Hijo derramarse sobre quienes lo habían rechazado y pecado contra Él.
Medita hoy sobre el Santo y Doloroso Corazón de la Santísima Virgen María. Mientras lo haces, trata de comprender más plenamente su corazón. La única manera de comprender la profundidad del amor que hay en su corazón es a través de la oración. En la oración, Dios te revelará su amor inmaculado y te inspirará a imitarla más plenamente, alejándote de todo egoísmo para abrazar más plenamente el altruismo, a fin de compartir el amor perfecto que comparten esta madre inmaculada y su Hijo divino.
Oración :
Inmaculado y Doloroso Corazón de María, te doy gracias por la infinita compasión que tuviste por aquellos que pecaron contra tu Hijo y por amarme con ese mismo amor. Mientras te lamentas con un santo dolor por mis propios pecados, por favor, reza por mí, para que pueda comprender más plenamente tu compasión. Mientras lo hago, rezo para que pueda imitar y participar más plenamente de ese amor que fluye de tu puro y perfecto Corazón Doloroso.
Nuestra Señora de los Dolores, ruega por mí.