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ORACIÓN TRAS EL INCENDIO DE NOTRE DAME
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EL PUEBLO DE PARÍS REZÓ DE RODILLAS A NUESTRA SEÑORA DURANTE EL INCENDIO DE NOTRE DAME
Como bien decía alguien en esta terrible noche de llanto y tribulación, estas tristes pero consoladoras imágenes recuerdan a esos primeros Cristianos cantando en el Coliseo de Roma mientras sus cuerpos eran devorados por las llamas.
Je vous salue, Marie pleine de grâce, le Seigneur est avec vous. Vous êtes bénie entre toutes les femmes et Jésus, le fruit de vos entrailles, est béni. Sainte Marie, Mère de Dieu, priez pour nous pauvres pécheurs, maintenant et à l’heure de notre mort. Amen.
Notre-Dame de Paris, sauvez la France!
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El DESCONOCIDO HÉROE DE NOTRE DAME
(Historia que muchos medios ocultarán)
15 de Abril del año 2019. Caía la noche y París miraba con sorpresa y estupor el humo denso. El olor era intenso y se podía sentir kilómetros a la redonda. Los parisinos apuntaban al cielo desde todas las direcciones de la ciudad con sorpresa y horror. La gran catedral de Nuestra Señora, el EMBLEMÁTICO símbolo cristiano de la ciudad, joya arquitectónica universal construida hacía casi 800 años en el punto cero de Francia, estaba invadida por las llamas. Los bomberos se desgarraban ante la impotencia de calles congestionadas y puentes tomados por transeúntes que observaban la tragedia, aturdidos por la congoja y la frustración. Las llamaradas tragaban voraces la parte superior de “Notre Dame” con una fuerza que estremecía a todos. De pronto la “Flèche”, el símbolo del símbolo, la gran aguja de 750 toneladas y 93 metros de alto que coronó la gran catedral por 8 siglos y señalaba el centro de París a todo el planeta, caía derrotada DERRUMBADA en medio de gritos de angustia y horror. “Quelle tristesse!”
Copiosas lágrimas empezaron a asomar a través de miles de mejillas, desbordando el corazón de Francia en un sentimiento que parecía muerto pero solo estaba dormido. Fue entonces cuando una anciana emocionada, a duras penas pudo arrodillarse, unió sus arrugadas manos y mirando al cielo, con voz débil pero firme, empezó a tararear una tierna melodía, como intentando consolar y arrullar a “Nuestra Señora” ante semejante infortunio, ante la inmensidad de la tragedia. Quienes la vieron, no pudieron evitar la emoción ante un acto tan desgarrador como hermoso, muchos recordando que la misericordia de Dios siempre llega en nuestros momentos de mayor tribulación y dolor cayeron también de rodillas invadidos por la inercia de un corazón suplicante, imitándola. Fue así que el “Je vous Salue, Marie”, esa antigua y dulcísima canción dedicada a Nuestra Señora, empezó in crescendo a llenar todos los rincones de la ciudad, como el aroma de la rosa más hermosa en esa tarde de primavera. “María, yo te saludo, llena de Gracia”. “¡No te vayas!”. Francia, la hija preferida de la Virgen Madre así regresaba a sus brazos, entre el llanto, la desolación y la esperanza. “Sainte Marie, Mère de Dieu!” “¡No nos dejes!”. Finalmente, como si de un milagro se tratara, la vieja frase “La République est laïque, la France est catholique!” golpeaba los corazones de miles de hijos pródigos. “Amén, Amén, Aleluyah”.
Mientras, a unas calles de la tragedia, un SACERDOTE, capellán del Cuerpo de Bomberos de nombre Jean Marie Fournier, luchaba desesperado por llegar al corazón de Nuestra Señora. Conocía muy bien que la ahora destruída “Flèche” había tenido en su estructura no sólo un gallo, símbolo de Francia, sino también uno de los trozos de la Vera Cruz, unas espinas de la Corona de Jesús, además de las reliquias de San Denis y Santa Genoveva, los santos de París. Y ahora la estructura había caído entre las brasas. No podía permitir que el resto de las reliquias sagradas se perdieran. Y corrió como un loco, abriéndose paso entre la multitud, las bocinas y las luces de los camiones de bomberos, atropellando y rezando “Amada Nuestra Señora, ¡tu siervo te implora!”. El jefe del Cuerpo de Bomberos se encargaba que la restricción de no acercarse al edificio, se cumpliera. El sacerdote católico que había servido en Afganistán, consternado pero impulsado por ese eterno sentimiento de altruismo y amor que no es humano pero yace en nuestros corazones por ser un regalo divino, solo tenía en mente llegar hasta donde yacía Nuestra Señora. “Sentía” que era SU tarea y debía cumplirla, ¡cueste lo que cueste!
“¡La Cruz de Espinas de Nuestro Señor!” gritó con firmeza. El jefe de bomberos y quienes le rodeaban intentaban impedir que llevara a cabo un acto por lo demás, suicida. “El fuego está muy avanzado. ¡No sabemos si Nuestra Señora está ya en peligro de colapsar!”. “Oficial, ya estoy aquí y debo terminar mi misión”, respondió Fournier mostrando su alzacuellos con la certeza de aquel que ante el infortunio está dispuesto a dar la vida. El jefe de bomberos comprendió que nada de lo que dijera iba a hacer cambiar de idea al sacerdote, al tiempo de entender lo que estaba en juego. Decidió entonces, que un grupo de bomberos acompañara al hombre de Dios a una de las entradas de la catedral. Al llegar, vio Fournier en el ennegrecido pórtico cerrado la escultura de la Virgen con el Niño en brazos y, supo que era una señal. Al abrir la puerta, la Gran Cruz del Altar Mayor fulgurante le enfundó fuerzas. El padre Jean Marie se movía como un autómata. “Amada Nuestra Señora, sé mi guía entre esta oscuridad”, oraba, mientras gajos de la estructura caían incesantes sobre su cabeza. El humo le penetraba los pulmones, los ojos, los huesos. “Nuestra Señora, ¡tiéndeme tu mano!”. Descendió sin pensar casi cayendo por unas escaleras de piedra inundadas de tinieblas. Llegó a la pequeña recámara y tanteando, la alcanzó. Tomó entre sus manos la Sagrada Corona de Espinas de Cristo y la apretó muy fuerte contra su pecho. Corrió. Se tropezó. Cayó. A tientas y casi sin fuerzas, se arrastró hasta la nave principal y nuevamente la Gran Cruz, incólume y resplandeciente, iluminó el camino que lo llevó directo hacia al Santísimo Sacramento. Caminó de prisa aun apretando en su pecho la rescatada reliquia más importante de la cristiandad. Luego, tomó el copón de oro, tembloroso, lo besó y entre lágrimas corrió hacia la salida, entre las chispas que caían del techo a punto de colapsar. “Gracias Nuestra Señora. Ave María Purísima!”. El alma le estallaba de emoción. Había salvado el corazón de Nuestra Señora: la Corona de Espinas del Amado Hijo Redimido y el Santísimo Sacramento del Hijo Vivo, en plena Semana Santa.
Horas después, sentado en una acera, escuchó a un oficial decir: “se ha salvado la estructura. ¡Reconstruiremos a Nuestra Señora!”. Y finalmente, el buen padre Fournier, se echó a llorar.
Mar Mounier
(Tienen ABSOLUTA libertad de compartir esta historia verídica, narrada con algunas inclusiones de la autora, siempre y cuando no olviden citar a la misma).
NOTA: Ilustra este post una impactante pintura de Gustave Fraipont (1849 - 1923). El cuadro corresponde al incendio que sufrió la catedral de Reims en 1914 durante la Primera Guerra Mundial.
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CONSIDERACIONES EN ESTE JUEVES SANTO
Que el eco de estas emocionadas palabras lleguen desde Sevilla hasta tu corazón.
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RECORDATORIO
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CRISTO, REY CRUCIFICADO
¡Viernes Santo!
¡No hay otro día más importante del año!
En ese día celebramos que Nuestro Señor Jesucristo murió crucificado por nosotros!
No se fue de este mundo después de una vida cómoda; no acabó su vida en una blanda cama, rodeado de sus seres queridos; murió sobre un patíbulo de ignominia, sobre la cruz. En ella expiró, entre carcajadas de escarnio; en ella terminó su vida mortal, agotado por los sufrimientos del espíritu y del cuerpo, abandonado de todos. En la cruz sufre durante varias horas. En la cruz sufre y muere por nosotros.
Y cada Viernes Santo atrae por un día las miradas de todos.
Entonces siente el hombre que no hay objetivo de vida más sublime, misión humana más elevada, deber más santo, que el que nos muestra la cruz de Cristo: salvar el alma.
El sacrificio del Viernes Santo me está diciendo con toda claridad:
I. Cuánto me amó El a mí, y
II. Cuán, poco le amo yo a El.
I¡Cuánto me amó El a mí!
¿Cuánto? ¡Murió por mí! “¡Me amó y se entregó por mí!». Esto es amor.
Jesucristo muere clavado en una cruz. No tenía una almohada para reposar su cabeza, coronada de espinas. Le atravesamos susm anos y pies con agudos clavos. Le dimos a beber hiel y vinagre.
En vez de recibir consuelos, recibió desprecios y blasfemias… ¡Oh Jesús!, ¿es esto lo que mereciste de nosotros? ¿A Ti, hijo de Dios, que bajaste de los altos cielos para darnos el reino eterno de tu Padre? ¡Y nosotros te clavamos en la cruz! ¡Cuánto me has amado! Te interpusiste en medio, entre el cielo y la tierra, para encubrir con tu cuerpo ensangrentado y lleno de llagas a cada uno de los hombres, para encubrir mi alma pecadora y esconderme así de la ira de Dios; para desviar, con los brazos extendidos en lo alto, los rayos de la justicia divina; para implorar perdón para nosotros.
Tú imploras al cielo pidiendo misericordia: «Padre, perdónalos...», a ellos, a todos, sin excepción. No te preocupas de ti mismo, no piensas en tu dolor, sólo piensas en mí. ¡Cuánto me amas!
Me amó..., me amó... pero ¿quién podía esperar tal exceso de amor? Ya conocíamos las promesas del Mesías venidero hechas por Dios al hombre en el Paraíso. Cuando el Niño de Belén se sonreía mirándonos a los ojos, cuando el Hijo de Dios vivía entre nosotros como un hermano, sentíamos que en su Corazón ardía con vivísimas llamas en amor a los hombres. Al oír sus parábolas del buen samaritano, del hijo pródigo, del buen pastor que busca la oveja perdida, bien sentíamos los ardores del amor del Corazón de Jesús. Pero aquel amor sin límite y sin medida, que le llevó a soportar por nosotros, sin pronunciar una palabra de queja, los golpes rudos, los latigazos que le herían, el ser escupido y servir de befa, la corona de espinas, los dolores de la cruz..., no podíamos sospecharlo. ¡Cuánto nos ama Jesús!
Se deja clavar a la cruz para decirme cuánto me ama. Así conquista mi alma. Yo estoy al pie de la cruz, abismado al ver tanto exceso de amor, y espero que su sangre preciosa, aquella sangre divina, caiga sobre mí, y lave mis grandes pecados. Quisiera llorar con amargura; pero no puedo; este Jesús amoroso me fascina, su palabra me obliga a que le mire, no puedo desviar de El mi mirada. Pero si le miro, siento que me dice: Mira cuánto te he amado..., y tú ¿me amas a Mí...?
Esta cruz manchada de sangre no sólo me está diciendo cuánto me ama, sino también cuán poco le amo yo a El. Desde el Viernes Santo, hace dos mil años, que está erguidal lacruz, y todos los hombres pasan en torno suyo. Hay hombres de corazón duro, que pasan sin percatarse por delante de ella, para quienes nada significa la muerte del Señor, ni tampoco su vida ni su doctrina, cuyo único afán es el dinero, la mesa bien repleta y el degustar de los placeres... ¿Alma? ¿Religión? ¿Dios? ¿Oración? ¿Cruz?...: son palabras incomprensibles para ellos...
Hay otros que por un momento miran emocionados la cruz y el sacrificio cruento de Jesucristo..., pero se asustan de las repercusiones que lleva consigo. «No, no; Jesús, a pesar de todo, no podemos alistarnos en tu partido. ¿Tendríamos que estar dispuestos a morir como Tú? A morir a nuestros deseos desordenados, a nuestros bajos instintos. Esto significaría una luchar incesantemente contra nosotros mismos, una vigilancia continua. ¡No! No es posible. Ya luchamos bastante. Luchamos por la esposa, por los hijos, por el pan de cada día, por alcanzar una posición social, por el porvenir... No, no; Jesús, no te ofendas; pero para Ti, para nuestra alma, ya no nos queda tiempo, ni ánimo, ni energías... Mira, no somos malos; ya cargamos nuestra cruz...».
Hay un tercer grupo. Son los hombres que se arrodillan y rezan delante de la cruz. No sólo eso, sino que comparten sus infortunios y sufrimientos con los sufrimientos del Crucificado..., con los de Aquel que cargó sobre sus hombros las angustias y el pecado de la Humanidad. ¿Pertenecemos nosotros a este grupo? O por lo menos, ¿hacemos el firme propósito de alistarnos bajo su estandarte? Desde que el estandarte de la santa Cruz se izó entre cielos y tierra todos han de tomar partido.
Mira al Padre celestial: ahora recibe el sacrificio de su Hijo. Mira a los ángeles: conmovidos adoran a Nuestro Señor crucificado. Mira a sus enemigos: ¡cómo blasfeman de El, cómo le maldicen! Mírate a ti mismo, hermano.
¿De qué parte estás? Dime: ¿entre los enemigos de Cristo? ¿Entre aquellos que le odian, que le maldicen? No lo creo. ¿Quizá estés entre los soldados que se sentaron al pie de la cruz y, mientras a su lado se desarrollaba la tragedia más impresionante de la historia del mundo, ellos como si nada ocurriera, se pasaban el rato jugando a los dados? Hermano, piénsalo bien, ¿no estás tú entree stos soldados?
«Cristo murió por mí. Pues el que haya muerto, ¿qué me importa…?» «Pero yo no hablo así», me dices. No, no hablas así, pero piensas y vives como si Cristo te fuera completamente extraño; como si Cristo no te importara. No te importa que le hayan azotado durante la noche; pero sí te importaría tener que mimar un poco menos tu cuerpo y no poder concederle todo cuanto pide, aunque sea algo pecaminoso.
No te importa que le hayan hecho a Cristo blanco de la befa del mundo, presentándole ante la turba blasfema como un loco; pero te importaría mucho si algunos se burlaran de ti porque te tomas en serio la fe.
No te importa que a Cristo le hayan coronado con agudas espinas; pero sentirías mucho tener que reprimir tus caprichos y dominar tus instintos.
No te importa que Cristo haya derramado toda su sangre por ti; pero cuánto te pesa dedicar una hora cada domingo para participar de la Santa Misa.
No te importa que Cristo haya tenido que subir casi a rastras, cargando con la cruz, por el camino pedregoso del Calvario, pero sería una lástima que tú tuvieses que ascender el camino exigente de la virtud.
No te importa que Jesucristo haya sido clavado en la cruz, y su Corazón traspasado por una lanza; pero sería muy duro padecer algo por El y cumplir sus preceptos.
¿Tan pocas entrañas de misericordia tienes para este Cristo que tanto sufre por ti? ¿No te da lástima? Si de verdad te diese lástima, no vivirías como vives.
Cristo Rey
Mons. Tihamer Toth.
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LA ROCA FRÍA DEL CALVARIO
Precioso El Relato del Hermano Rafael de la zarzuela La Dolorosa.
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CRISTO RESUCITÓ, ALELUYA
Continuación del Santo Evangelio según San Marcos (XVI, 1-7).
En aquel tiempo María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a ungir a Jesús. Y muy de mañana, al día siguiente del sábado, fueron al monumento salido ya el sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos separará la piedra de la puerta del sepulcro? Y, mirando, vieron separada la piedra, que era muy grande. Y, entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con traje blanco, y se asustaron. Pero él las dijo: No os asustéis: buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí, he ahí el sitio donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro, que os precederá en Galilea; allí le veréis, como os lo dijo.
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"SOLO LOS ANIMALES PUEDEN ACTUAR ASÍ": CARDENAL RANJITH
| 22 abril, 2019
(Religión en Libertad)- Tras los atentados que han causado 207 muertos y medio millar de heridos en Sri Lanka, con explosiones en tres iglesias y tres hoteles, el arzobispo de Colombo, el cardenal Malcolm Ranjith (secretario de la Congregación para el Culto Divino entre 2005 y 2009), ha sido tan sereno como firme al dirigirse al gobierno y a la sociedad: «Es un día tristísimo para todos nosotros. Condeno, tanto cuanto soy capaz, este acto que ha causado tanta muerte y sufrimiento al pueblo. También quisiera pedir al gobierno una investigación rigurosa e imparcial para averiguar quién es el responsable que hay detrás de este acto, y castigarles sin piedad, porque solo los animales pueden actuar así. Y pido a todo el pueblo de Sri Lanka que no se tome la justicia por su mano y mantenga la paz y la armonía en la nación».
En este pasado Domingo de Resurrección una oleada de ataques terroristas ha asolado la isla de Sri Lanka, siendo los católicos uno de sus objetivos principales. En total, se han producido explosiones en seis lugares diferentes, tres iglesias, dos católicas y una evangélica, y tres hoteles de lujo. Posteriormente, hubo más ataques en otros puntos del país. El balance es hasta el momento devastador. El balance hasta la fecha es de 207 muertos y 450 heridos.
En este pasado Domingo de Resurrección una oleada de ataques terroristas ha asolado la isla de Sri Lanka, siendo los católicos uno de sus objetivos principales. En total, se han producido explosiones en seis lugares diferentes, tres iglesias, dos católicas y una evangélica, y tres hoteles de lujo. Posteriormente, hubo más ataques en otros puntos del país. El balance es hasta el momento devastador. El balance hasta la fecha es de 207 muertos y 450 heridos.
Según informan diferentes agencias de noticias, las bombas explotaron alrededor de las 8.45 hora local, tanto en los tres hoteles en Colombo como en tres iglesias donde se celebraba la Resurrección de Cristo.
Al menos 62 personas han muerto solo en una explosión, la ocurrida en la iglesia de San Sebastian, en la ciudad de Negombo, al norte de la capital, según han confirmado a Reuters fuentes oficiales. Otras 27 han fallecido en la iglesia evangélica de Sión, en Batticaloa (provincia Oriental del país). La tercera detonación ha ocurrido en la iglesia santuario de San Antonio, en el distrito de Kotahena, en la capital, Colombo, y ha dejado 49 fallecidos.
Los servicios de emergencia de Sri Lanka aseguran que las iglesias estaban repletas de fieles en ese momento. En la iglesia de San Sebastián, en Negombo, un portavoz aseguró a Reuters que había al menos medio centenar de personas fallecidas.
Los atacantes eligieron con especial cuidado sus objetivos. La iglesia de San Antonio de Colombo es uno de los edificios más emblemáticos de esta confesión en Sri Lanka. Un santuario nacional al que suelen acudir decenas de miles de personas durante la conmemoración de la figura a la que está dedicada, San Antonio de Padua.
La Policía ha pedido calma a los ciudadanos. “Por favor, permaneced en calma y dentro de las casas. Hay muchas víctimas, incluidos extranjeros”, aseguró en Twitter el ministro de Sri Lanka para las Reformas Económicas y la Distribución Pública, Harsha de Silva, tras visitar varios de los lugares atacados.
De Silva comunicó que se había convocado un gabinete de crisis y habló emocionado tras las “escenas horribles” que había visto. “He visto miembros amputados esparcidos por todos lados. Equipos de emergencia están desplegados en su totalidad en todos los puntos. (…) Hemos llevado muchas víctimas al hospital, esperamos haber salvado muchas vidas”, relata a través de su perfil de Twitter.
En Sri Lanka la población cristiana representa el 7%, mientras que los budistas son cerca del 70%, los hinduistas son el 15 % y los musulmanes el 11%.
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NO ULTRAJEMOS AL SEÑOR por San Juan María Vianney
Jesucristo fué abandonado a los insultos de la plebe, y tratado como un rey de burlas por una comparsería de falsos adoradores. Mirad a aquel Dios que no pueden contener el cielo v la tierra, y de quien, si fuese su voluntad, bastaría una mirada para aniquilar el mundo: le echan sobre las espaldas un manto de escarlata; ponen en sus manos un cetro de caña y ciñen su cabeza con una corona de espinas; y así es entregado a la cohorte insolente de la soldadesca. ¡Ay!, ¡en qué estado ha venido a parar Aquel a quien los ángeles adoran temblando! Doblan ante Él la rodilla en son de la más sangrienta burla; arrebátanle la caña que tiene en la mano, y golpéanle con ella la cabeza. ¡Oh!, ¡qué espectáculo! ¡Oh!, cuánta impiedad!... Mas es tan grande la caridad de Jesús, que a pesar de tantos ultrajes, sin dejar oir la menor queja, muere voluntariamente para salvarnos a todos. Y no obstante, este espectáculo, que no podemos contemplar sino temblando, se reproduce todos los días por obra de un gran número de malos cristianos.
Consideremos la manera cómo se portan esos infelices durante los divinos oficios; en la presencia de un Dios que se anonadó por nosotros, y que permanece en nuestros altares y tabernáculos para colmarnos de toda suerte de bienes, ¿qué homenaje de adoración le tributan? ¿No es por ventura peor tratado Jesucristo por los cristianos que par los judíos, quienes no tenían, como nosotros, la dicha de conocerle?. Ves aquellas personas comodonas: apenas si doblan una rodilla en el momento más culminante del misterio; mirad las sonrisas, las conversaciones, las miradas a todos los lados del templo, los signos y muecas de aquellos pobres impíos e ignorantes: y esto es sólo lo exterior; si pudiésemos penetrar hasta el fondo dé sus corazones, ¡ay!, ¡cuántos pensamientos de odio, de venganza, de orgullo! ¿Me atreveré a decirlo, que los más abominables pensamientos impuros corrompen quizás todos aquellos corazones? Aquellos infelices cristianos no usan libros ni rosarios durante la santa Misa, y no saben cómo emplear el tiempo que dura su celebración; oidles cómo se quejan y murmuran por retenérseles demasiado tiempo en la santa presencia de Dios. ¡Oh, Señor!, ¡cuántos ultrajes y cuántos insultos se os infieren, en los momentos mismos en que Vos con tanta bondad y amor abría las entrañas de vuestra misericordia! ... No me admiro de que los judíos llenasen a Jesucristo de oprobios, después de haberle considerado como un criminal, y creyendo realizar una buena obra; pues «si le hubiesen conocido, nos dice San Pablo nunca habrían dado muerte al Rey de la gloria» (I Cor., II, 8.). Mas los cristianos, que con tanta certeza saben que es el mismo Jesucristo quien está sobre los altares, y conocen cuánto le ofende su falta de respeto y comprenden el desprecio que encierra su impiedad! ... ¡Oh, Dios mío! y, si los cristianos no hubiesen perdido la fe, ¿podrían comparecer en vuestros templos sin temblar y sin llorar amargamente sus pecados? ¡Cuántos os escupen el rostro con el excesivo cuidado de adornar su cabeza; cuántos os coronan de espinas con su orgullo; cuántos os hacen sentir los rudos golpes de la flagelación, con las acciones impuras con que profanan su cuerpo y su alma! ¡Cuántos¡ ¡ay! os dan muerte con sus sacrilegios; cuántos os retienen clavado en la cruz, obstinándose en No podemos considerar sin temblor lo que sucedió al pie de la cruz: aquel era el lugar donde el Padre Eterno esperaba a su Hijo adorable para descargar sobre Él todos los golpes de su justicia. Igualmente, podemos afirmar que es al pie de los altares donde Jesucristo recibe los más crueles ultrajes. ¡Ay!, ¡Cuántos desprecios de su santa presencia! ¡Cuántas confesiones mal hechas! ¡Cuántas misas mal oídas! ¡Cuántas comuniones sacrílegas! ¿No podré deciros yo como San Bernardo: ¿«que pensáis de vuestro Dios, cuál es la idea que de Él tenéis»? Desgraciados, si tuvieseis de Él el concepto que debéis, ¿osarías venir a sus pies para insultarle? Es insultar a Jesucristo acudir a nuestras templos, ante nuestros altares, con el espíritu distraído y ocupado en los negocios mundanos; es insultar a la majestad de Dios comparecer en su presencia con menos modestia que en las casas de los grandes de la tierra. Le ultrajan también aquellas señoras y jóvenes mundanas que parecen venir al pie de los altares sólo para ostentar su vanidad, atraer las miradas y arrebatar la gloria y la adoración que sólo a Dios son debidas. Dios lo aguanta con paciencia, mas no por eso dejará de llegar la hora terrible... Dejad que llegue la eternidad...
Si en la antigüedad Dios se quejaba de la infidelidad de su pueblo, porque profanaba su santo Nombre, ¡cuáles serán las quejas que tendrá ahora para echarnos en cara, cuando, no contentos con ultrajar su santo Nombre con blasfemias v juramentos que hacen temblar el infierno, profanamos el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de su Hijo!... Dios mío, ¿a qué os veis reducido?.. En otro tiempo no tuvisteis más que un calvario, pero ahora, ¡tenéis tantos cuantos son los malos cristianos!...
¿Qué sacaremos de todo esto, sino que somos realmente unos insensatos al causar tales sufrimientos a un Salvador que tanto nos amó? No volvamos a dar muerte a Jesucristo con nuestros pecados, dejemos que viva en nosotros, y vivamos también en su gracia. De esta manera nos cabrá la misma suerte que cupo a cuantos procuraron evitar el pecado y obrar el bien guiados solamente por el anhelo de agradarle.
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QUIENES NO QUIEREN SALIR DEL ESTIÉRCOLERO... LO MÁS PROBABLE ES QUE EN ÉL MORIRÁN
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EL MEJOR CONSEJO
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DOCUMENTO HISTÓRICO
Carta escrita por don Agustín de Iturbide, hace 195 años (27 de abril de 1824), a su hijo mayor Agustín Jerónimo antes de salir de Londres rumbo a México, por el texto se aprecia que presiente su muerte, por cierto también deja ver que su regreso a México no es para recuperar el trono perdido.
"Vamos a separarnos, hijo mío, Agustín, pero no es fácil calcular el tiempo de nuestra ausencia: tal vez no volveremos a vernos. Esta consideración traspasa el corazón mío y casi parece mayor mi pesar a la fuerza que debo oponerle; ciertamente me faltaría el poder para obrar, o el dolor me consumiría, si no acudiese a los auxilios divinos, únicos capaces de animarme en circunstancias tan exquisitas y tan críticas. A tiempo mismo que mi espíritu es más débil, conozco que la Providencia Divina se complace en probarme con fuerza; si, hijo mío, quisiera entregarme a meditaciones y a cierto reposo cuando los deberes me impelen y el amor me obliga a hablar, porque nunca necesitarás más de mis consejos y advertencias que cuando no podrás oírme, y es preciso que te proporcione en pocos renglones que leas frecuentemente los recuerdos más saludables y más precisos, para que por ti mismo corrijas tus defectos y te dirijas sin extravíos al bien. Mis consejos aquí serán, más que otra cosa, una indicación que recuerde, lo que tantas veces y con la mayor eficiencia, te he dado.
Te hayas en la edad peligrosa porque es la de las pasiones más vivas, la de la irreflexión y de la mayor presunción. En ella se cree que todo se puede. Ármate con la constante lectura de buenos libros y con la mayor desconfianza de tus propias fuerzas y de tu juicio.
No pierdas de vista cuál es el fin del hombre; estando firme en él, recordándolo frecuentemente, tu marcha será recta: nada importa la crítica de los impíos y libertinos: compadécete de ellos y desprecia sus máximas, por lisonjeras y brillantes que se presenten. Ocupa todo el tiempo en obras de moral cristiana y en tus estudios. Así vivirás más contento y más sano, y te encontrarás en pocos años capaz de servir a la sociedad a que pertenezcas, a tu familia y a ti mismo. La virtud y el saber son bienes de valor inestimable y nadie puede quitar al hombre. Los demás valen poco y se pierden con mayor facilidad que se adquieren.
Es probable que cada día seas más observado, por consiguiente tus virtudes o tus vicios, tus buenas cualidades o tus defectos, serán conocidos de muchos, y esta es una razón auxiliar para conducirte en todo lo mejor posible.
Es preciso que vivas muy sobre tu genio: eres demasiado seco y adusto, estudia para hacerte afable, dulce, oficioso; procura servir a cuantos puedas, respeta a tus maestros y gentes de la casa en que vas a vivir, y con los de tu edad se también comedido sin familiarizarte.
Procura tener por amigos a hombres virtuosos e instruidos, porque en su compañía siempre ganarás. Ten una deferencia ciega, y observa muy eficaz y puntualmente la reglas y plan de instrucción que se te prescriba. Sin dificultad, te persuadirás que varones sabios y ejercitados en el modo de dirigir y enseñar a los jóvenes, sabrán mejor que tú lo que te conviene.
No creas que sólo puede aprenderse aquello a que somos inclinados naturalmente: la inclinación contribuye, es verdad, para la mayor felicidad; pero también lo es que la razón persuade, y la voluntad obedece. Cuando el hombre conoce la ventaja que ha de producir la obra, y se decide a practicarla, con el estudio y el trabajo vence la repugnancia y destruye los obstáculos.
¿Qué te diré de tu madre y hermanos?, innumerables ocasiones te he repetido la obligación que tienes de atenderlos, y sostenerlos en defecto mío. Dios nada hace por acaso; y si quiso que nacieses en tiempo oportuno para instruirte y ponerte en disposición de serles útil, tú no debes desentenderte de tal obligación y deberes, por el contrario, ganar tiempo con la multiplicación de tareas, a fin de ponerte en aptitud de desempeñar con lucimiento los deberes de un buen hijo y de un buen hermano. Si al cerrar los ojos para siempre, estoy persuadido de que tu madre y tus hermanos encontrarán en ti un buen apoyo, tendré el mayor consuelo del que es susceptible mi espíritu y mi corazón; pero si por desgracia fuere lo contrario mi muerte sería en extremo amarga, y me borraría tal consideración mucha parte de la tranquilidad de espíritu que en aquellos momentos es tan importante, y tú debes desear y procurar a tu padre en cuanto a ti dependa.
En otra carta te diré las personas a quienes con tus hermanos te dejo especialmente recomendado, la manera con que debes conducirte con ellas, con otras instrucciones para tu gobierno; y concluiré ésta repitiéndote para que jamás lo olvides: que el temor santo de Dios, buena instrucción y maneras corteses son cualidades que harían tu verdadera felicidad y tu fortuna; para lograrlas buenos libros y compañías, mucha aplicación y sumo cuidado.
Adiós, hijo mío muy amado: el Todopoderoso te conceda los bienes que te deseo y a mi el inexplicable contento de verte adornado de todas las luces y requisitos necesarios y convenientes para ser un buen hijo, un buen hermano, un buen patriota, para desempeñar dignamente los cargos que la Divina Providencia te destine.
Burry street en Londres a 27 de abril de 1824.
Agustín de Iturbide."
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DIOS
¿Qué cosa es Dios?
— Decid, ¿qué cosa es Dios, oh luces bellas?..
¡Orden! — me respondieron las estrellas.
— Decid, ¿qué cosa es Dios, flores hermosas?
— ¡Belleza! — respondiéronme las rosas.
— Decid, ¿qué cosa es Dios, oh Madre mía. Y Ella, mirando al Crucifijo:
— Amor es Dios — me dijo... Amor más puro que la luz del día.
P. Leonardo Castellani
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OCTAVA MARCHA POR LA VIDA: 18 MAYO 9:30 HRS. MONUMENTO A LA MADRE. CD. DE MÉXICO.
El lobby abortista tiene todo preparado para imponer el asesinato "legal" de bebés mexicanos no natos en todo el país. Es necesario reaccionar. No faltes por ningún motivo.
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PROFECÍA CUMPLIDA
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MENSAJE A LOS MEXICANOS
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QUE NO TE LAVEN EL CEREBRO LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y CUIDA LA PROGRAMACIÓN QUE VEN TUS HIJOS
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AMANTE JESÚS MÍO
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CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA
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